Comentario diario

¿Ríes o lloras?

?Para amargarme la boda, mejor no haber venido?. Algo así es lo que podría decirle el novio a un invitado amigo suyo, que en vez de sonreír y estar alegre en el día de su boda, se dedica a llorar y estar de duelo. Y es que acompañar al novio en el día de su boda es algo más que asistir físicamente para estar junto a él, a su lado; es, sobre todo compartir su alegría, sentirla como propia. Esta imagen de los amigos del novio, felices junto a él, es la que elige Jesús para explicar por qué sus discípulos no ayunaban como los discípulos de Juan o los fariseos. Se trata de la imposibilidad de reprimir la alegría del Evangelio, de estropear la fiesta de la misericordia en la que los pecadores arrepentidos experimentan la actualidad de la salvación.

Cuando toda la vida has estado esperando la oportunidad de deshacerte de tu vida pasada y del lastre de tu pecado, es normal experimentar una alegría irrefrenable cuando por fin puedes hacerlo. Es la alegría de estar con Jesús. Solo la entiende aquel que ha vivido esta experiencia. No hay nada que se le pueda comparar. ?Con tan buen amigo presente?, como decía Santa Teresa, solo podemos celebrar la vida en cada uno de sus acontecimientos.

De la misma manera, no hay una ausencia que se padezca tan honda y dolorosamente como la ausencia de Cristo. ?Llegarán días en que les arrebatarán al esposo, y entonces ayunarán en aquel día ?. Ciertamente esto sucedió durante el primer sábado santo de la historia. No solo los discípulos, sino la creación entera lloraba y hacía duelo y ayuno por el dolor de su ausencia. Desde entonces también hoy en nuestros días ayunamos del verdadero alimento cada año el sábado santo. El único día del año que no recibimos a Jesús eucaristía. Pero lo hacemos con la esperanza cierta de celebrar al día siguiente la Pascua con la novedad que aporta la resurrección y la presencia de Cristo en nuestras vidas.

Por eso dice San Pablo: ?¿no sabéis que un poco de levadura fermenta toda la masa? Quitad la levadura vieja para hacer una masa nueva, ya que sois panes ácimos. Así, pues, celebremos la Pascua no con levadura vieja, si no con los panes ácimos de la sinceridad y la verdad?. Es como si se dijera que no se puede resucitar y a la vez querer permanecer en el sepulcro. No se puede vivir la vida con la experiencia de la victoria de Cristo sobre la muerte y a la vez llorar desconsoladamente ante la pérdida de un ser querido. No se puede contagiar la alegría de la vida nueva que Cristo regala y a la vez querer permanecer instalados en la antigua vida pasada. Eso es lo que quiere decir el Señor cuando pone los dos ejemplos finales del evangelio de hoy: el remiendo del manto y el vino en los odres.

Tengo la impresión de que estas palabras son muy actuales en la vida de la Iglesia. Nos empeñamos en hablar de nueva evangelización, pero nos cuesta abandonar los esquemas de siempre, las categorías y los estilos de antaño. Así, sin darnos cuenta, apagamos el Espíritu y anulamos la iniciativa siempre renovadora de Dios.

Preferimos no desprendernos del viejo manto ni de los odres viejos y el resultado es que provocamos un roto peor en el manto y que se pierda el vino al reventarse los odres. Por eso, la novedad de la resurrección, la renovación que el Espíritu actúa en nosotros y en la Iglesia es incompatible con la vida de aquellos que no tienen más horizonte que la muerte. Jesús lo expresó diciendo: ?deja que los muertos entierren a sus muertos?. No se puede pretender que alguien que vive una vida mortecina sea testigo de una vida nueva y sobreabundante. Es simplemente incompatible. Por eso el testimonio que arrastra y que convence es el que brota de una vida renovada, de la experiencia de ser salvado, liberado de la carga insoportable, desatado de lo que nos atenazaba, en la realidad y en lo concreto de nuestra vida.

Pidámosle al señor no desentonar, no dar la nota, en la fiesta de sus bodas. Si en verdad somos ?dichosos los invitados a la fiesta de las bodas del Cordero?, lo menos que se nos puede pedir es que de hecho nos sintamos verdaderamente felices.