?No juzguéis y no seréis juzgados?. El juicio sobre la persona sólo puede hacerlo quien conoce por completo las intenciones y motivaciones más profundas, quien puede ponderar adecuadamente todas las circunstancias en las que la persona toma la decisión y ejecuta lo decidido. En ultimo término sólo quien conoce la profundidad del corazón humano puede juzgar a la persona. Por tanto sólo a Cristo corresponde cualquier juicio sobre la persona. En este sentido no le corresponde al hombre juzgar de ningún modo a otro hombre. Sin embargo, no significa que los hombres no podamos hacer ningún juicio. Hay juicios que podemos hacer y otros que tenemos la grave responsabilidad de hacerlos. Por ejemplo, unos padres no sólo pueden juzgar sobre la educación de sus hijos, cuál sea el modelo y los principios rectores, sino que tienen el grave deber de hacerlo, de lo contrario incurren en una grave omisión. Los hombres también podemos juzgar los actos de la persona, si son prudentes o no, si debían hacerse o no y de esa manera, pero incluso en este caso los juicios deben estar regidos por la justicia.
Juzgar adecuadamente, sólo los actos, nunca la persona, requiere, por tanto, de un adecuado sentido de la justicia y de una buena dosis de prudencia, ?porque os van a juzgar como juzguéis vosotros, y la medida que uséis, la usarán con vosotros?. Entre otras cosas esto supone realizar el juicio sin estar dominado por la ira o cualquier otra pasión. Cuando juzgamos y corregimos, por ejemplo, enfadados no lo hacemos adecuadamente y más que una obra de misericordia (?corregir al que yerra?), el resultado está muy lejos de algo justo y edificante para quien es corregido. Si dejamos pasar el tiempo necesario para superar el enfado, seguro que estaremos en mejores condiciones para acertar con el modo: como me gustaría lo hicieran conmigo. Y si tratara de algo grave y requiriese un juicio y corrección fuertes, con mayor motivo, para hacer con verdad y con misericordia. En este Año de la Misericordia debemos preguntarnos con frecuencia cómo hacemos nuestros juicios sobre los actos de los demás ¿están dominados por la misericordia? Como nos recuerda el Papa Francisco en la Bula de Convocación del Jubileo Extraordinario de la Misericordia: ?estamos llamados a vivir de misericordia, porque a nosotros en primer lugar se nos ha aplicado misericordia? (9).
El Evangelio de hoy nos deja aún otro criterio para juzgar bien cuando hayamos de hacerlo: ?¿por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo?? Es decir, antes de juzgar al otro preguntarnos si no está en otros un error mayor. Esto nos dará una mayor rectitud a la hora de juzgar, además de paciencia con los defectos del prójimo. Cuando miramos sobre nuestra propia vida y descubrimos cuánto nos ha costado superar algunos malos hábitos nos ayudará a tener esa misma paciencia de Dios con nosotros. De este modo se facilitará la disposición a perdonar y comprender las dificultades del otro. La disposición a perdonar será como un colirio, que nos aclara la vista para ver mejor. Este es camino para juzgar con misericordia. El Papa Francisco no lo dice con claridad en la Bula (9): ?el perdón de las ofensas deviene la expresión más evidente del amor misericordioso y para nosotros cristianos es un imperativo del que no podemos prescindir. ¡Cómo es difícil muchas veces perdonar! Y, sin embargo, el perdón es el instrumento puesto en nuestras frágiles manos para alcanzar la serenidad del corazón. Dejar caer el rencor, la rabia, la violencia y la venganza son condiciones necesarias para vivir felices?.
Que María, Madre de Misericordia, nos permita vernos con la mirada del corazón de su Hijo.